Acabo de leer a un autor que no conocía.
Tengo la costumbre de comprar con cada novela, ensayo o lo que sea, un compañero de viaje de Poesía; y en esta ocasión la mesa de la Librería Popular de mi barrio en Albacete me dejo hojear un librito con esencia extraña. Se trata de PABLO ANTONIO CUADRA (Managua, 1912-2002), y de su libro "Siete árboles contra el atardecer": un efluvio de versos que narran la naturaleza, los sugestivos y exóticos árboles de centro américa, de Nicaragua; y en el fondo me evocan fotos fijas que se me quedaron grabadas al leer a García Márquez o a Llosa, o a Rulfo.
Buscando algo sobre su vida, que transcurrió en Nicaragua y algo en Chile, he encontrado a un gran poeta del siglo veinte, evocador de sus tierras y totalmente desconocido para la mayoría de nosotros; voy a tomar las palabras de Ricardo Llopesa (miembro de la Academia Nicaragüense de la Lengua) que en 1999 y dedicándolo a Luis Sainz de Medrano, publicó un gran artículo sobre la figura de Cuadra y que denominó "La Poesía de Pablo Antonio Cuadra", solo pongo sus conclusiones:
Quizás tenga razón el sueco Ulf Erckson al decir que «el tiempo es precisamente la entrada hacia la poesía de Cuadra», porque el tiempo existe de dos maneras: en el poeta y fuera del poeta. Son dos tiempos diferentes, pero reunidos en una misma persona. Este afán de Pablo Antonio Cuadra de hacernos herederos de su poesía, significa una lucha contra el tiempo, contra el envejecimiento y contra la muerte. Significa la inmortalidad. Por otra parte, el afán de Cuadra por dejarnos el testimonio de la geografía de su patria y, sobre todo, los rostros humanos de los hombres, es otro testimonio de su visión del siglo que le tocó vivir Un testimonio vivo de su tiempo.
Es cierto que sin tiempo no hay vida, pero también la vida es el único testimonio válido en el tiempo. Por tanto, hay que decir que la poesía de Cuadra se instala en un tiempo determinado, que abarca casi todo el siglo XX, porque Pablo Antonio Cuadra empezó a recopilar su poesía desde el año 1929, y sigue en activo. Lo que supone que como poeta ha permanecido vigente durante los tres últimos cuartos de siglo, que ya es mucho decir con este haber a cuestas, supera a Victor Hugo, que publicó su primer libro Han dislande, en 1823, y el último en 1883. Esto significa que Pablo Antonio Cuadra, gozando de una vitalidad y lucidez inalterables, es —junto con el español Rafael Alberti— el poeta que él solo ha llenado con su poesía todo el siglo XX. Dije antes «que Pablo Antonio Cuadra es esencialmente poeta», y así es.
Pero, también es esencialmente narrador, y lo es porque su mirada descriptiva, minuciosa para la elaboración de las cosas pequeñas, así lo confirman. Pudo haber sido un gran novelista. Pero como la historia literaria de Nicaragua no es de novelistas —como por ejemplo la guatemalteca—, entonces decidió volverse poeta. Sin embargo, ahí están sus magníficos relatos.
Pablo Antonio Cuadra nació, literariamente, en un momento en que el lenguaje de la narrativa hacía concesiones a la poesía para crear ese lenguaje nuevo del siglo XX que convierte el poema en discursivo, en prosaico, que es el verso libre, y que andando el tiempo se va haciendo coloquial. La extraordinaria sensibilidad de Cuadra —el lado de la poesía— sumada a la gran capacidad de análisis y observación del narrador, ha dado un fruto fecundo, que resulta extraordinario en la poesía contemporánea al incorporar el lenguaje nuevo de la oralidad.
Sin lugar a dudas, Pablo Antonio Cuadra ocupa un lugar relevante en la poesía de lengua castellana del siglo XX y de todos los tiempos, porque la suya es una poesía excepcional, que ha merecido muchos comentarios críticos, pero que precisa de análisis profundos para ser entendida y difundida como merece. Sobre todo, el lado humano de su obra excepcional que lo convierte en uno de los más altos espíritus del humanismo hispánico de nuestro siglo.
http://www.goear.com/listen/c89f4f5/nicaragua-mia-nacional
EL MANGO Los labios que te besaron, te dijeron:
"Ya es tiempo de que eches raíces como los árboles".
Pero tú sabes de árboles. Sabes de sus maderas y de sus memorias.
Has seguido, siglo tras siglo, sus lentas caravanas.
Los has visto en las selvas, junto a los grandes ríos
cubiertos con sus mantos verdes de enredaderas y parásitas
huyendo, con sus aves, al exilio. Inmóviles
peregrinan. Invisibles sus pasos
preceden a las civilizaciones .
Tu sabes de árboles. Conoces
los árboles nativos que ayudaron a levantar la tierra. Pastores de ríos.
Árboles tan nicaragüenses como el Pochote
que aún hecho leña si se entierra en su tierra, retoña.
Y conoces también los forasteros
como el abundante Icaco que llegó del Senegal,
o la Granada de Argel, o el inmenso Fruta de Pan de las Molucas,
o el Mango que llegó a Nicaragua del lejano Indostán.
Fué en Calicut (o Koylikota) donde el galeón tocó puerto.
"Un poco más de buen aire e todos vernéis ricos e de buena ventura"
dijo el capitán Céspedes de Aldana y desviaron
y cruzaron las agitadas 700 leguas de golfo
en el galeón de la China o de Filipinas del llamado "viaje al austro".
Allí rescató marfiles y brocateles de oro, tafetanes y damascos
y embarcó la planta de hojas todavía tiernas
y la bella hindú le dijo: "Sea este árbol testigo de tu promesa".
Pero la aventura se contaba en casa en voz baja, entre sonrisas,
cuando ya se habían retirado a sus solemnes aposentos
tía Elisa y tía Mercedes, a quienes Aldana rescató de la soltería
trayéndolas a América, mareadas y casi arrepentidas
para un casamiento de prez y provecho.
...
También el Mango quemó en el tiempo su historia.
Y tú lo crees aquí:
Profesa un verde familiar.
Nace en tus islas.
Te acompaña en tus caminos con sus alamedas.
En tu patio crece,
hospeda
tus pájaros indios
y teje con brisas y cigarras
-como una hamaca-
tu siesta.